
A los humanos nos gusta jactarnos de nuestras habilidades y de nuestra capacidad de llevar nuestro cuerpo al límite. Los ejemplos abundan. Está el español Killian Jornet que el mes pasado impuso el récord en el Ultra Trail de Mont Blanc, recorriendo los 170 km de montaña en 19 horas 49 minutos. O la finlandesa Johanna Nordblad que batió el récord de apnea bajo hielo, nadando 103 metros sin aletas ni traje de neopreno. Y también Preet Chandi quien completó un recorrido solitario de 1100 km en Antártica en 40 días. Pero por impresionantes que sean estas hazañas, nuestra capacidad fisiológica palidece al lado de la de las agujas colipintas (Limosa lapponica).
Las agujas colipintas son unas aves poco pretenciosas que miden entre 30 y 40 cm y pesan un poco más de una libra. Sin embargo, ese empaque pequeño esconde importantes misterios sobre fisiología, orientación y comportamiento. Estas aves cubren hasta 13,000 km en sus vuelos migratorios desde Alaska hasta Nueva Zelanda, lo que las convierte en la especie con las migraciones más largas de todas las aves. Pero eso no es todo. Sus vuelos son ininterrumpidos; no paran a descansar o alimentarse y además baten sus alas constantemente; no planean. El vuelo récord registrado duró unas muy impresionantes 237 horas, o sea, nueve días y veintiún horas aleteando sin parar.