El autogolpe que no fue: Pedro Castillo es destituido y arrestado por rebelión

Dina Boluarte el día en que se posesionó como presidenta de Perú
Fotografía: Reuters

En apenas tres horas, Pedro Castillo pasó de ser un presidente a punto de enfrentar un proceso de destitución, a golpista, luego a presidente destituido y finalmente a estar detenido y acusado de rebelión.

Lo que pasó: minutos antes de que el Congreso votara una moción para destituirle —la cual muy seguramente no prosperaría porque la oposición no contaba con los votos— anunció por televisión la disolución del Congreso, la instalación de un gobierno de emergencia y un toque de queda. Sin embargo, nadie secundó su descabellada apuesta. Las cortes señalaron que era inconstitucional y el Ejército y la Policía expidieron un comunicado diciendo que no apoyaban a Castillo. Muchos miembros del ejecutivo renunciaron en masa y la gente no salió a la calle a apoyarlo. El Congreso se reunió de emergencia y lo destituyó del cargo con 101 votos a favor, 6 en contra y 10 abstenciones. Castillo intentó buscar refugio en la embajada mexicana, pero sus propios escoltas lo entregaron en una delegación de policía. Al final de la tarde, Dina Boularte, quien había sido elegida vicepresidenta de Castillo, fue posesionada como la nueva presidenta de Perú, la primera mujer en ocupar el cargo.

Por qué pasó: la explicación inmediata es que fue un enorme error de cálculo de Castillo. Creyó que el aumento en aprobación a su gestión (que había subido al 30% recientemente) se traducía en partidismo y que contaría con respaldo popular. No supo leer la situación y darse cuenta de que estaba muy sólo. La explicación más de fondo tiene que ver con la fragilidad institucional de Perú y el colapso de sus partidos políticos. Esto hace que los votantes tengan identidades políticas negativas: votan en contra de la peor opción. Pero esto genera problemas graves de representación porque no se crean vínculos con el candidato ganador y el apoyo puede cambiar rápidamente. Los antifujimoristas apoyaron a Castillo, pero una vez en el poder, lo abandonaron.

Qué sigue: la crisis política no está resuelta. Boularte pidió una tregua política y tendrá que armar una coalición amplia si quiere llegar como presidenta hasta julio del 2006, que es cuando se acaba el actual período presidencial. Pero son muchos los micos que hay que cuadrar para esta foto: un Congreso desprestigiado, los intereses populares y regionales y un establishment escéptico. El reto es enorme.

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