
Ayer fue otro mal día para Liz Truss y la crisis política en la que está envuelta se profundizó un poco más. El evento más importante del día fue la salida de su ministra del interior, Suella Braverman. La razón oficial tras la decisión de removerla fue el incumplimiento de las normas de seguridad por haber enviado desde su cuenta de correo electrónico personal un documento oficial con información sensible sobre política migratoria a un miembro del parlamento. La razón no oficial fue el distanciamiento y crítica de Braverman a Truss por su giro de 180° en la política económica. Braverman, se suma a Kwarteng, exministro de economía despedido el viernes pasado, y se teme que su salida produzca un éxodo masivo de ministros como el que precipitó la renuncia de Boris Johnson en julio pasado. Por tanto, en la competencia de resistencia parecería que la favorita ahora es la lechuga.
Con la presión en aumento sobre Truss, la crisis política parece no irse a ninguna parte. En reemplazo de Braverman, la primera ministra nombró a Grant Shapps —político cercano a Rishi Sunak, a quien Truss venció para llegar a su cargo— en un esfuerzo por involucrar conservadores más centristas en su gobierno. Sin embargo, esta semana Shapps habría hecho lobby para buscar la salida de Truss. “Tiene que enhebrar una aguja con la luz apagada, es así de difícil”, señaló en un podcast para ilustrar el grado de dificultad que le atribuía a la supervivencia política de Truss (punto para la lechuga). Al parecer, la estocada final no se ha producido porque los Conservadores no están dispuestos a pasar por otro duro y divisivo proceso de designación de un reemplazo. También se especula que estarían esperando al 31 de octubre, fecha en la que el gobierno presentará su nueva propuesta económica, porque tiene sentido político permitir que Truss asuma la culpa de las dolorosas consecuencias antes de sustituirla (punto para Truss).