
Nicola Sturgeon renunció a su cargo como primera ministra de Escocia de forma repentina. Su dimisión tiene dos componentes. De un lado, hay razones personales y del otro, hay razones políticas.
En lo personal, Sturgeon señaló que ya no tenía la energía suficiente para continuar y que era el momento adecuado para desarrollar una carrera fuera de la política. Sus palabras dejaron ver lo difícil que es el día a día en la política: “la naturaleza y la forma del discurso político moderno implican una intensidad mucho mayor —me atrevería a decir, brutalidad— en la vida como política que en años pasados. En definitiva, te pasa factura a ti y a los que te rodean.”
Su renuncia tiene similitudes con la de Jacinda Ardern, exprimera ministra neozelandesa, y quien renunció el mes pasado, también señalando el desgaste personal que implica un alto cargo durante tanto tiempo. Precisamente, un reporte reciente del Comité de Equidad de Género del parlamento británico señaló que el problema más grave es el abuso y la misoginia que sufren todas las mujeres en política.
La dimensión política, además, no es de poca monta. Sturgeon, líder del Partido Nacional Escocés (PNE), ha sido una incansable adalid de la independencia de Escocia y de su retorno a la Unión Europea. Las recientes derrotas que ha sufrido en ese frente también habrían influido su decisión. La causa independentista parecía estar perdiendo terreno con las encuestas sugiriendo que un referendo sobre la cuestión podría ir en cualquier dirección. Adicionalmente, la Corte Suprema del Reino Unido falló en contra de Escocia en su intención de convocar un nuevo referendo —el último tuvo lugar en 2014— y señaló que el parlamento del Reino Unido debía autorizarlo; claramente, un revés político para Sturgeon.
La dimisión intempestiva creó caos en el PNE porque no hay claridad sobre quién pueda reemplazarla.