
Las llamadas “lecturas obligatorias” constituyen una propuesta educativa que se ha convertido en el centro de múltiples debates sociales y académicos. Mientras algunos dicen que la asignación de clásicos para lectura obligatoria es un ejercicio que desarrolla el hábito lector en los estudiantes, otros lo señalan como un método improductivo que, además de generar rechazo, también imposibilita el acercamiento de los niños y adolescentes a otras realidades culturales y sociales que se salen del contexto narrativo que se configura en las novelas clásicas.
La discusión respecto a la utilidad de las lecturas obligatorias, también incluye la arista en la que se piensa en la importancia de que jóvenes —sobre todo aquellos racializados o que pertenecen a culturas y sectores que no hacen parte de los marcos hegemónicos de la sociedad— encuentren en la lectura experiencias con las que se puedan identificar, pues eso puede tener un impacto directo y significativo en la forma en la que se aproximan al mundo y se desarrollan como personas.
Según Kaitlyn Greenidge y Esau McCaulley, escritores afroamericanos, lo que se lee en las aulas aporta a la creación de un lenguaje común. Por ese motivo, resulta imperativo que los parámetros de lo que se entiende como clásico y universal sean reconfigurados para que otras identidades, aparte de la blanca, empiecen a ser entendidas también como parte de la historia, desde sus experiencias y vivencias particulares. Lo prudente, para ellos, sería entonces que en los colegios se incentivara la lectura de producciones que no estén inscritas únicamente en el canon occidental.
Pensando en la discusión, muchas instituciones académicas han optado por modelos educativos que toman distancia prudente de los clásicos para permitir que los estudiantes participen activamente en la elección de lo que quieren leer. En este sentido, la lectura selectiva se ha convertido en un estribillo que, aunque para algunos puede parecer una alternativa productiva, es visto por otros como una suerte de dogma que amenaza con ‘matar la literatura’ y privar a los jóvenes de la cultura, volviéndolos lectores perezosos y autocomplacientes.
Aunque el movimiento de lectura selectiva está creciendo, todavía no ha logrado ser universalmente aceptado o apoyado. Algunos educadores han retrocedido con cautela en el enfoque, preocupados de que, en muchas ocasiones, dentro de todas las opciones existentes los jóvenes terminan eligiendo novelas gráficas o textos de literatura adolescente sin mucho prestigio ni complejidad. Según este bando de la discusión, si bien no todos los libros son fáciles de leer, las lecturas desafiantes aumentan la concentración y aportan al desarrollo de la comprensión general, lo que le ayuda a que los estudiantes mejoren, a la vez, sus capacidades de redacción, argumentación y síntesis.
No obstante, a pesar de que las posturas dentro del debate respecto a las lecturas obligatorias parecen irreconciliables, lo cierto es que la elección libre de lectura y el rigor académico no se excluyen mutuamente. De esta manera, para encontrar el equilibrio y darle solución a la disputa, algunos maestros están probando métodos ‘mixtos’ en los que permiten que los estudiantes seleccionen libros de listas más diversas, que cuentan con una preaprobación en donde, aunque no sólo hay clásicos, sí se evalúan ciertos criterios.
En ese sentido, para poder incentivar la lectura en los niños sin que se comprometa su educación, los maestros pueden recopilar recomendaciones de diversos libros para incluir en las bibliotecas de sus aulas de organizaciones como We Need Diverse Books, que dedican su trabajo a garantizar que todos los estudiantes se vean representados a sí mismos y sus experiencias en la literatura. En adición, resultaría productivo que los maestros permitan opciones libres de lectura, dentro de niveles escalonados de desafío, permitiendo que los estudiantes lean textos fáciles, de dificultad media y desafiantes, entendiéndolos a todos como parte de un proceso.