
A raíz de la publicación de Los reyes del mundo, la película de Laura Mora, en Netflix, Alejandra y Juan Diego escribieron dos reseñas críticas. Este último la vio en cine; la primera la vio por streaming. ¿Con cuál se identificaron más? ¿Creen que la experiencia contextual como observador influye en la interpretación y en la apertura a mundos simbólicos y obras?
Por Alejandra Romero:
“Los Reyes del Mundo” ofrece una propuesta visual interesante, que llega incluso a obnubilar por su belleza. No obstante, a pesar del impecable trabajo de fotografía —y de la naturaleza desgarradora y conmovedora del conflicto que presenta como cimiento y vehículo conductor de la historia que intenta contar— Laura Mora articula una película que termina cayéndose sobre su propio peso por tener un guión inconcluso que cojea y, en ocasiones, se siente tedioso.
A pesar de su carácter fatalista, el tratamiento que le da la película a la amistad y el deseo de transformación resulta siendo esperanzador. Sin embargo, los personajes no están desarrollados a profundidad y la historia tiene un ritmo confuso, con varias inconsistencias e incógnitas que deja sin resolver. Por ese motivo, una termina sintiendo que el relato se pierde entre imágenes poderosas que, a pesar de ser bellísimas, disuenan con las situaciones y tampoco tienen mucho para decir, pues su mensaje depende, casi enteramente, de lo que como espectadores queramos poner en ellas.
Por Juan Diego Barrera Sandoval:
En “Los Reyes del Mundo”, Laura Mora apuesta, fiel a su inspiración en el cine de Víctor Gaviria, por actores naturales. La directora cuenta no a través de ellos, sino con y en sus miradas y cuerpos, ya conocedores de los mundos de los personajes, la historia de una juventud colombiana que es hija de la violencia y busca reclamar como suyas la tierra de sus ancestros, la posibilidad de futuro y la oportunidad de darle lugar a los sueños y al añorado cuidado que no han recibido.
Como la mayoría del cine que se fija en el conflicto armado colombiano —salvo contadas excepciones, como “Lo conductos” —, la película es fatalista. Pero tiene algo muy original que decirnos como audiencia colombina inscrita en mayor o menor medida en esa tradición cinematográfica, y es que existen discursos y concepciones de mundo contrapuestas y en disputa sobre lo posible en la Colombia post-acuerdo: la de una juventud esperanzada por la institucionalización del posconflicto y unos adultos que perpetúan la también institucionalizada desesperanza que ellos mismos han sufrido en carne propia.