
Por suicidio asistido y a sus 91 años, murió ayer el icónico cineasta francés Jean-Luc Godard, padre y único sobreviviente de la nouvelle vague, el movimiento artístico nacido a mediados del siglo XX que revolucionó al cine en términos de forma y contenido.
Único entre los directores, Godard fue también crítico, experimentalista y teórico. En pocas palabras, se consolidó como uno de los primeros cineastas en pensar y preguntarse, de manera práctica y consciente, qué significaba el séptimo arte. A Godard le gustaba afirmar que el cine estaba muerto. Por eso, se convirtió en un personaje que, a pesar de caracterizarse por su genialidad, era exasperante con él mismo y los otros. Buscaba obsesivamente no hacer películas, sino cine, con el objetivo de liberar el sonido y las imágenes de las paredes que, a modo de cárcel, decía que suponían las pantallas. Así las cosas, inspirado principalmente en el crítico André Bazin, Godard configuró una manera particular de dirigir y criticar filmes, entendiendo el hacer productos audiovisuales como una manera de intervenir en la vida misma.
Con el tiempo, Godard fue volviéndose sinónimo de cine complejo y experimental. Sus últimas películas no tuvieron mucha acogida, pero no borraron el hecho de que el director ya estuviera catalogado como personaje de culto que sigue latente gracias al empeño que tienen sus seguidores por mantenerlo vivo en la memoria colectiva.
La pregunta constante sobre el lenguaje cinematográfico, la rigurosidad estética y un importante compromiso político con su tiempo son los componentes que suelen caracterizar la cinematografía de Godard, quien solía configurar, además, los cimientos argumentales de sus filmes sobre la marcha, permitiendo que las contingencias alteraran el guion. En pocas palabras, oscilando siempre entre el rígido y el revoltoso, Jean-Luc Godard construyó su legado desde el cuestionamiento, la obsesión y la memoria. A él le debemos, entre muchas otras cosas, el entendimiento de la imagen cinematográfica como espejo de lo real intacto, en vez de como dispositivo vaciado de sentido, y también, aprendizaje sobre la duda, que debería ser siempre un móvil, una condición de posibilidad.