Protestas a favor y en contra del gobierno nacional

Fotografía del autor

Ayer cubrimos las protestas en contra del gobierno Petro en Bogotá. Es la segunda protesta en dos días, pero son dos grupos poblacionales completamente distintos. Recientemente, han vivido el cambio de roles de su subjetivación política por los últimos resultados de las elecciones, que asignaron al grupo siempre perdedor de la historia política colombiana al mando del Estado mientras que los acostumbrados al poder se convirtieron en oposición.

Muy divertido ha sido pensar en la izquierda inventándose arengas gobernistas y ver a la derecha aprendiendo a arengar como cualquier colombiano viendo a la selección. La marcha a favor del gobierno estuvo marcada por el contraste respecto a la expectativa de asistentes y la realidad, además del fuerte y largo discurso de Petro en la Plaza de Armas, que acentúa tensiones.

Nos enfocamos más esta vez en las protestas de este último grupo en el espacio público: en sus consignas, en la interacción con otros y con el espacio. Puede ver el reportaje completo resumido en TikTok aquí.

La congregación de miles de personas arrancó a las diez de la mañana en el Parque Nacional, y tras caminar al sur llegó a la Plaza de Bolívar hacia el mediodía. Allí se encontraron con el plantón de la Asociación de Educadores del Valle del Cauca (ASOINCA), que acampa en las escalinatas del Congreso desde que llegaron a protestar la semana pasada. En forma paradójicamente similar a la lectura que hizo Roy Barreras de sus símbolos hace unos días —y de la cual tuvo que retractarse —, fueron cientos de manifestantes uribistas o simplemente opositores que lo vieron como una afrenta de un grupo “cercano” a los pensamientos de la guerrilla; que identificaron en esas ruanas roja y negra con estampado del “Ché” la sombra del Eln; que se decidieron a tildarlos de narcoguerrilleros y a insultarlos por su etnia y procedencia.

Eventualmente, otros manifestantes intervinieron y llamaron a la calma y al respeto diciendo “Así son ellos, no nos rebajemos” entre otras reflexiones prudenciales que partían de la búsqueda de la acostumbrada altura moral de los ricos para juzgar a quienes rompen la norma por vivir. O más bien, algunos empezaron a intervenir de esa manera, pero no terminaron nunca, pues a pesar de que la mayoría de la masa se movió al sur de la Plaza, otro grupo se resistía a dejar de lanzar improperios y enfrentar al que estaba del otro lado del cinturón de seguridad de la Defensoría con bastón de mando, alineado con sus compañeros en silencio o pacientemente determinados. Las protestas eran también contra el que pensaba distinto.

Los carteles sorprendieron por su tamaño, calidad y creatividad. Los pitos y las vuvuzelas recordaron al Mundial de Sudáfrica, que tenía transmisiones en estadios que siempre tenían de fondo el sonido de una especie de avispero agudo.  Emergió en la calle un nuevo subgrupo político, con sus disputas internas, estrategias, inicios de organizaciones.

Ello será siempre bueno para la democracia. Ahora falta lo de siempre: aprender a educarnos a coexistir y discutir en la diferencia y viendo que el monstruo que nos crearon los políticos en quien luce o piensa diferente no es sino una caricatura injusta. Al final del día nos enteramos de que los manifestantes en contra del gobierno rompieron la estatua de la paloma de la paz que hizo Fernando Botero: ¿realmente no podrá ser nunca la obra del otro un posible símbolo compartido? ¿Tanto nos cuesta asumirnos parte del otro, afrontar nuestra condición de no-inocencia y hacernos cargo de nuestra propia relevancia para la soñada reconciliación?

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